sábado, 5 de septiembre de 2009

Video Despedida / Firewell Hawaii 2009



Una carta de un amigo: POR Emiliano Battista

MARTÍN STURLA: UNA DÉCADA A LA LUZ DE UNA FRASE


Tras un antológico triunfo en los inicios del Ironman de Brasil, allá por el año 2001, ante quien luego pasaría a formar parte del panteón de Kona –un tal Faris Al Sultan– Martín se enfrentó con uno de los peores enemigos con los que debe lidiar cualquier ser humano, sus propias presiones. Y en el caso de él, conociéndose algunos de los rasgos de su temperamento, el peso de esta carga debe haber sido aun mayor.

Esa vez, en Brasil 2001 -al menos una vez y en un lugar– le había tocado llegar primero y, por lo tanto, ser el mejor. ¿Qué ocurriría de allí en adelante? ¿Cómo reaccionaría su temple en una instancia en la que se ponía en juego la presión? En las entrevistas –en ocasiones casi caseras– que hasta el momento tenía, él siempre dejaba entrever como impronta y móvil de su energía un tipo particularmente curioso de furia, que en algunas notas se anunciaba como razón de su desempeño en las competencias.

Esa furia pudo verse plasmada como nunca en la tan sorprendente como inusual llegada a la meta de Martín en su primer triunfo en un ironman. Los líderes, normalmente oscilan entre la sonrisa y el llanto cuando atraviesan la línea final. A menudo se toman unos segundos para levantar la cinta de llegada, agitarla entre sus brazos, mostrar al público victorioso las letras que conforman el sello ironman junto a algún que otro gesto de esos que suelen hacer los ganadores. Martín, por el contrario, muy lejos estuvo de ello. Sin embargo, eso no hizo que su arribo a la meta resultara insignificante. A Eduardo – nombre con el cual Martín se había registrado en el evento – parecían haberle salido garras de sus manos para tomar esa tan ansiada cinta. Así, precisamente con esa furia de la que hablamos, algo contenida a pesar de que dejó ver la pasión de sus entrañas en sus ojos descubiertos, Eduardo hizo un bollo con esa bendita cinta y la arrojó al piso un segundo antes de que su trote cesara.

¿Por qué? ¿Qué necesidad había de hacer eso? Porque eso –llegar primero– era lo que él desde hacía mucho tiempo deseaba. Porque eso era por lo que él había resignado montones de otras circunstancias, fueran exitosas o desafortunadas. Porque él sabía –creo yo– que eso era lo que se necesitaba en este mundo para que el maldito juicio social justificara una incondicional pasión desenfrenada.

El sueño de Hawai, el sueño del gran desafío, se había hecho carne, y su visita en octubre a la mítica isla estaba asegurada.

El año 2001 estuvo coronado por un puesto trece -a esa altura legendario- en el mundial de la disciplina. No obstante, llegó Brasil 2002 y el pesado brazo del exitismo nacionalista se encargó de consolidar algunas infundadas conjeturas: “llevar el número uno en el pecho parecía haberse transformado en una de las principales cargas para Martín”. Tras su abandono en Hawai 2002, Brasil 2003 ofreció el mismo resultado y no hizo más que agitar la lengua de quienes repetían con celoso afano estas teorías. En ese año la isla sólo le permitió ubicarse 69 entre los que completaron la distancia.

Los años siguieron pasando y ya nadie tampoco evocaba sus grandes carreras de Australia 2000 (7mo puesto), Nueva Zelanda 2001 (8vo puesto) y Suiza 2002 (4to puesto). En Brasil, entre 2004 y 2006, no encontramos más que una séptima posición que poco conformaba sus aspiraciones de partida. El 2007 volvió a ubicarlo tercero y quizás fue el último anuncio antes de la plenitud aun inconclusa del presente.
Así, su triunfo desde un pseudo anonimato en Brasil 2001 no estuvo más que seguido de una serie de críticas que pretendían atribuirlo a un toque de suerte. Sin embargo, siete años después, luego de haber soportado tener que continuar siendo sólo uno más, luego de haber tenido que retener nuevamente en sus entrañas el desahogo que un triunfo trae ante la reprobación social, Martín volvió a la victoria para demostrar – y para demostrarse – que el modo de profesionalismo que él eligió no lo alejó ni de su país, ni de su gente querida, pero por sobre todas las cosas, no lo alejó de lo más valioso que él tenía: el hambre de sus inicios.
El top 10 en Hawai en ese mismo año, y el tercer triunfo en Brasil en 2009, no hacen más que justificar el hecho de que su carrera pueda ser vista como un claro ejemplo de su frase predilecta: “No tengo vergüenza de caerme, pero sí de no volverme a levantar”.

Si le preguntaran, otra vez, cuál fue la estrategia, seguramente repetirá con mesura, como ya lo ha hecho: “La estrategia fue la paciencia”. ¡Fuerza, Martín!

3 comentarios:

Guillermo Paván dijo...

Emi, felicitaciones por la carta/nota que escribiste. Eso es efectivamente, el apoyo incondicional a alquien a quien se admira.
Martín, todo lo mejor para esta carrera, y para todas las que vendrán. Y como dice Emi... ¡FUERZA!

Beatriz gabet dijo...

Una vez superado el peor enemigo...sólo queda disfrutar pacientemente las circunstancias

Roberto Sanromán dijo...

Exelente carta, muy prufunda y sincera, de alguien que sabe bien como se sufre y disfruta a la vez de este deporte, desafiando los limites, hasta llegar a lo extremo. Lo mejor Martín para esta carrera.....!!!!!